Relato: Pluma Brava





Relato: Pluma Brava



PLUMA BRAVA





"Cuando era peque�o hab�a comprendido que mi compa�ero de
juego imaginario tan s�lo era libre en virtud de que soportaba una soledad
absoluta."




"La historia particular de un muchacho"


Edmund White.




"Su tiesa polla era como una gruesa vena que mostraba su
contorno a trav�s del algod�n estirado. le volv� de espaldas y le bes� la
nuca, me apart� un momento para quitarme los gemelos, mirando las piernas
donde ten�a todav�a las se�ales del bronceado veraniego. Pens�: No debo
decirle ""Te amo"", aunque �sas eran las �nicas palabras que me ven�an a la
mente."




"La estrella de la guarda"


Alan Hollinghurst.




"El oficial crey� discernir una ligera impertinencia en
la pregunta del marinero y en su respuesta, pronunciadas ambas bajo el sol
de una deslumbrante sonrisa. Su dignidad le ordenaba mandar a paseo a
Querella al instante, pero no pod�a sacar fuerzas para hacerlo. Si por
desgracia Querella hubiera bajado por propia iniciativa a las sentinas, su
enamorado le habr�a seguido hasta all�. La presencia del marinero medio
desnudo en el camarote lo enloquec�a."


"Querella de Brest"




Jean Genet










Aunque Carmen quer�a una ni�a y hab�a rezado con devoci�n
para que esto fuese as�; Antonio deseaba que aquel v�stago, que estaba a
puertas, transmitiese su linaje, por lo que rogaba a Dios desde su humilde fe,
que s�lo aparec�a en momentos como este o parecidos, que aquello que part�a por
la mitad a su esposa fuese un macho.


El pa�uelo blanco sacud�a el aire roto por la bocina del taxi
que serpenteaba entre el tr�fico camino del Hospital Juan Canalejo; y all�, en
la avenida del Pasaje, unos kil�metros antes de la meta, el taxi aparc� c�mo
pudo y un lloro respondi� a los esfuerzos, histerias y dudas que transportaba.
Luis Alejandro hab�a llegado al mundo.


Luis, por el taxista que ayud� al parto y que termin� siendo
su padrino, Alejandro por el orgulloso padre que lo primero que hizo, tras
comprobar que no le faltaba ni le sobraba un dedo, fue asombrarse de la hombr�a
que luc�a aquel sanguinolento beb� en la entrepierna y decir con orgullo: "�Co�o
que ven ben armado! �A este non lle vai faltar quen o abanee!


Por lo que parec�a la fe del padre hab�a ganado la partida.


Tras ese nacimiento, que recogi� incluso "La Voz de Galicia"
y "El Ideal Gallego" (�ste en primera p�gina), los a�os siguientes demostraron
que ninguno de los progenitores iba desencaminado en sus deseos.


Luis Alejandro, o �lex para los dem�s, pues s�lo la madre
ten�a paciencia y aguante suficiente para no ahogarse pronunciando todo el
t�tulo, demostr� desde su infancia que la peculiaridad de su nacimiento no iba a
ser la �nica que habr�a que tomar en consideraci�n. Desde ni�o qued� claro que
�lex no era como los dem�s. Si en esos primeros abriles el hecho se disculpaba
por su belleza angelical (un �ngel no puede ser brutote, para eso est� el
demonio), pasado ese tiempo las disculpas perdieron su fortaleza, pues ese
rasgo, en vez de difuminarse, se acentuaba cada d�a m�s. As� que ese sello que
granje� todos los parabienes durante su infancia, pas� a convertirse en una
especie de tamp�n sobre el que ca�an todas las censuras conforme iba creciendo
ese cuerpo formidable.


Pero si para nadie pasaba desapercibido, menos pasaba para
�lex. Ya de ni�o, cuando esa voz aflautada y zalamera encandilaba a las mujeres
del barrio, �l advert�a su diferencia. Le faltaba a�n discurso para limitarla en
un certero an�lisis; pero le quedaba claro que �l no era como los dem�s. No era
s�lo esa feminizaci�n perpetua que lo acompa�aba, eran m�s cosas.


Efectivamente, aquel rasgo tan sobresaliente ocultaba todos
los dem�s. Era como las ramas de ese �rbol que no deja ver el bosque. Su
car�cter segu�a un intrincado camino para no caer en la primera zanja que la
opini�n com�n pon�a a sus pies. Si ve�a una pel�cula de vaqueros, sus favoritos
eran los indios; si una de polic�as, los g�nsters pasaban a ser sus h�roes; y
as� con todos los �rdenes de la vida. Sin que supiera muy bien el porqu� (el
discurso lleg� m�s tarde), todas las alternativas que le surg�an terminaban por
llevar la contraria al sentido com�n; o mejor dicho: al sentido aceptado, y
situarlo al margen por ese remoto poder de atracci�n que ten�a para �l lo
prohibido o lo m�nimamente censurable. Esto llevaba a que de palabra, obra u
omisi�n se situase en una periferia de la que no era consciente por la comodidad
con la que a�n llevaba su infancia.


De nada sirvieron rapapolvos, viajes al lado oscuro de la
camarader�a masculina que siempre terminaban de putas, o infinitos sermones
sobre lo que Dios pretende de los hombres, �lex no se apartaba ni un �pice de
ese instinto con el que obraba en sus elecciones, y, que si no fuera por
generaciones y generaciones de conservadurismo familiar, casi podr�a ser
definido de at�vico.


Igual que en otras familias, en la de �lex se daba la
peculiar mezcla del conservadurismo m�s arcaico unido al hecho de ser esa masa
obrera en la que se deposita la confianza de la revoluci�n. Ese modo de sentir,
que muy bien puede explicar c�mo un conservador como D. Manuel Fraga contin�a de
presidente de todos los gallegos, era reacio a cualquier signo de cambio; o m�s
que reacio, al�rgico. Todo ese modo de vivir se resum�a en un refr�n que era
patrimonio de este tipo de familias a la hora de tomar cualquier decisi�n: "Se
podr� cambiar de panadero; pero nunca de ladr�n"; a lo que su pensamiento a�ad�a
una segunda parte que ca�a de caj�n: "Entonces, �para qu� cambiar de
panadero...?"


As� se pod�a sufrir de todo en la vida pues era, desde esa
ideolog�a, el orden natural y sagrado de las cosas. Un mandato sagrado que, en
esta estrecha mentalidad, no se vinculaba con la mano del hombre, sino con esa
mano divina que moldeaba con sabidur�a la existencia de este planeta. Aunque uno
pod�a estar hecho a todo, hab�a ciertas cosas que no entraban en ese saco tan
amplio en el que cab�an todo tipo de dramas m�s siniestros, pero llevaderos
desde esa mentalidad.


Lo que no entraba en ese "orden natural" era bien sabido
desde ni�o, pues no hab�a p�lpito en el que no se repitiese. Desde la iglesia al
banco quedaba n�tidamente claro que se pod�a ser ladr�n, porque para algo se era
panadero; pero de ninguna manera se pod�a atentar contra el orden establecido
que ten�a su retrato en la familia, base de una sociedad que, en la infancia de
�lex, a�n segu�a siendo gris y mortecina en todas sus escalas.


Hasta ese mundo particular, en el que �lex estaba anclado con
tenaz resistencia, no paraba de colarse por las rendijas esa censura cruel que
todo lo examinaba. Poco hab�a que hacer ante eso. Ni ten�a la edad, tama�o o
independencia que le permitiese asentar sus dominios con precisi�n; pero ten�a
una arma m�s potente y letal contra aquella persistente letan�a: su imaginaci�n.
All� �lex reinaba.


Era esa fantas�a la que le permit�a continuar con la sonrisa
de sus ojos despejada; la que hac�a que �lex volar� por encima de cualquier
nubarr�n para tarde o temprano dejar escapar ese Sol en los inocentes juegos que
ocupaban su tiempo. Desde ese imperio, �lex sembraba el d�a de peque�os
hallazgos y triunfos que fertilizaban su dicha, hasta extremos dif�ciles de
comprender, para el que no dejaba de observarlo en su obstinada b�squeda de
hacer de �l un hombre hecho y derecho.


Su infancia la pas� rodeado de pistolas y camiones, que su
condescendiente imaginaci�n transformaba en "nancys" y "nenucos" en el terrible
caso de no hallarse estas mu�ecas cerca de sus manos. Hac�a unas tartas de arena
primorosamente ornadas con margaritas y piedras; y sus casitas y tiendas eran
unas lujosas construcciones donde lo �til siempre iba acompa�ado de lo bello.
Todas sus casas ten�an un amplio hall, y, por supuesto, una cocina bien surtida
que comunicaba, dentro de su sentido de la utilidad, con la tienda en la que
ofrec�a todos los gustos de la clientela. Era en estas ocasiones, y otras
similares, cuando la imaginaci�n sal�a a tomar el sol y campaba por sus
respetos.


Con el tiempo, aquellas innumerables casitas y tiendas
ganaron en grandeza y dimensi�n. El verano era la �poca ideal para hacer estas
guaridas que proteg�an a los lobeznos de sus mayores. No hab�a temporada en la
que no se hiciese una o varias caba�as que, en su maltrecha consistencia,
duraban poco m�s all� de entrado el oto�o.


El ritual era invariable. Tras jugar por los copiosos huertos
y obras, aquellos dos paisajes terminaban por fundirse. Era en esta simbiosis
donde un simple tabl�n pasaba a ser una s�lida pared, que se anexaba a la recia
columna de caprichosas formas con que el tronco de cualquier manzano obsequiaba
aquel esp�ritu constructor. En dos o tres d�as de numerosos viajes cargados de
cualquier desperdicio, que sus ojos vislumbraban como tesoro. Aquel huerto
abandonado que arrullo su infancia, tomaba la apariencia de un poblado gitano,
en el que las bandas de muchachos luchaban por lograr un castillo mejor que el
vecino.


Tras su fantas�a, esas caba�as guardan los mejores recuerdos
de su infancia, pues entre sus endebles "muros" muchos de sus anhelos tomaron
cuerpo y aroma.


La natural feminidad de �lex, sarasa convencido de por vida,
hac�a que sus amistades viviesen rodeadas m�s bordados y puntillas que
magulladuras y rodilleras. Como es de suponer, no era muy bien aceptado por los
ni�os que ve�an en �l al marica al que apedrear por la m�s peregrina de las
excusas, si es que hac�a falta alguna. A�n as�, la crueldad tarda mucho en
pulirse, en llenarse de esa mala baba que la hace m�s hiriente, por lo que tras
la burla tambi�n llegaba el abrazo m�s o menos fraternal. �ste sol�a darse
precisamente en la fiebre constructora con la que se abr�a junio. �lex, entre
sus habilidades, ten�a un sentido innato para construir y delimitar terrenos.
Era la �nica vez, a lo largo de todo el a�o, en el que esa voz maricona tomaba
el mando para comenzar a levantar castillos de arena que, en su aparente
fragilidad, guardaban la fortaleza que esa inteligencia singular hac�a germinar.
Quien llevase a �lex ten�a asegurada que la caba�a resistir�a la intemperie;
incluso con lujos tan asi�ticos como un segundo piso.


A este inter�s no tard� en sum�rsele otro m�s que clarific�
ese sentido peculiar con el que �lex viv�a la vida, pues nunca se hab�a
planteado que tuviese que optar por algo llegado el momento, ya que para �l todo
era liso y llano, sin ninguna complicaci�n que enturbiara ese viaje. �Claro que
ten�a sus deseos! Pero de momento, su imaginaci�n se los cumpl�a; y a los once
a�os con eso bastaba. Aunque los deseos se abr�an paso antes que las hormonas.


De una infancia de juntos y revueltos, se pas� a una entrada
de la adolescencia en la que estaban claramente segregados, siguiendo el viejo
t�pico de los ni�os con los ni�os, las ni�as con las ni�as. Esta buscada
segregaci�n ten�a un efecto secundario m�s que notorio: aumentar la curiosidad
por esa segunda mitad que se mov�a en los lindes de ese espacio difuso en el que
uno disfruta de la infancia. As� las ni�as pasaban de ser apedreadas, pues en
este barrio nadie se andaba con chiquitas, a ser contempladas con indudable
inter�s y cierta calentura que se situaba en un lugar impreciso de la
entrepierna. Este per�odo de curiosidad y aprendizaje se situaba en aquella
generaci�n entre los nueve y trece a�os. En s�, era como subirse a una monta�a
rusa: una vez que se tomaba velocidad, �sta no paraba de aumentar.


Como correspond�a con su sentir, �lex nunca hab�a pasado por
esa segregaci�n; m�s bien al contrario: conforme pasaba el tiempo los lazos de
uni�n con el universo femenino eran m�s fuertes y firmes. De este modo, sin
pretenderlo, pas� a convertirse en una especie de pasarela entre esos dos polos
que generalmente terminan por encontrarse. Ese puente ten�a otro inter�s m�s: la
belleza de �lex. �sta casaba a la perfecci�n con su afeminado car�cter.


�lex hab�a heredado la belleza perturbadora de su madre.
Igual que en ella, �l pose�a el cielo en sus ojos y la tierra en su cuerpo. Esa
mirada limpia y picarona, que desnudaba con inocencia y pasi�n todo lo que
miraba, resaltaba en una cara ovalada, donde unos labios carmes�es femeninamente
delimitados hac�an de aquel rostro un esbozo de una mujer tierna y pura. La
tierra se encontraba en la suma de sus dem�s virtudes. Sus rizos negros y
sedosos; su piel inmaculada y sonrosada, llena de la misma frescura que una
ma�ana que envolv�a su torneado y fr�gil cuerpo. Su apariencia delicada pero
sana, hac�an de �lex un fruto fresco de esta tierra donde melancol�a y
delicadeza tienen a veces la misma cara.


La primera muestra de los estragos que pod�a causar esta
belleza situada al filo de ambos mundos ocurri� cuando estaba a punto de cumplir
los doce a�os. Hab�an terminado la caba�a y una lluvia tormentosa, de esos d�as
grises que empa�an el verano, apareci� para hacer la dura prueba de resistencia
a la labor bien hecha. Como todas las tardes, parte de los muchachos acud�an con
puntualidad religiosa a sus casas, para tranquilizar la ansiedad de sus madres,
meti�ndose entre diente y diente monumentales bocadillos de lo que fuese; pero
no todos acud�an. Aquella tarde cinco muchachos decidieron resistir lo que
aguantase la caba�a. Eran, aparte de �lex, �ngel, Ram�n, Alfonso, y el l�der de
aquella manada: Dany. De edades similares y cuerpos m�s robustos, dentro de la
fragilidad de sus primaveras, aquellos muchachos no dejaron de enorgullecerse al
ver c�mo la caba�a aguantaba el �mpetu de una lluvia que arreciaba. Cuando el
orgullo ya no llenaba la mirada, comenz� a aparecer una sinuosa complicidad que
llamaba a la puerta para llenar ese tiempo muerto que tanto asusta a los ni�os.




Podemos coger manzanas y hacernos una merendola �dijo
�ngel, un vecino de �lex regordete y brusco que nunca pod�a parar quieto-.
Salimos un momento y nos venimos cargados para zamparlas.


�Bien! �apunt� el cabecilla de la manada-. Salgamos
r�pido y con cuatro o cinco que cojamos nos llega. Vosotros ir por all�. Yo
y �lex iremos al fondo. �Listos? �Preparados! �Ya!




Como llevados por el viento avanzaron ri�ndose por entre la
hierba, cogiendo sin ton ni son lo primero que encontraban. Parec�a una
expedici�n peligrosa. Todos los movimientos se efectuaban como si estuviesen
vigilados por crueles enemigos que disparar�an a la primera de cambio. En ese
breve lapso de tiempo hab�an descubierto que lo importante no s�lo era la
cantidad, sino el poder mojarse, el poder correr libremente empap�ndose con la
furia del agua y coger aqu� y all� aquel cargamento que los salvar�a; despu�s
descubrir�an que una cosa lleva a la otra.


Como toda misi�n peligrosa, el objetivo no acaba con la
historia, sino que abr�a otras puertas, otros caminos. Si luciera el Sol,
seguramente se desarrollar�a por la huerta; pero con ese tiempo tan desastroso
que parec�a ser eterno, la mirada hab�a que dirigirla al interior de las
maltrechas paredes y de sus agitados corazones.


En todo juego infantil las normas y los papeles se van
cociendo al momento. Hay un boceto y, a partir de ah�, las pinceladas se suceden
a velocidad de v�rtigo con la presente regla de que nada est� escrito y todo
puede cambiar.


La historia empez� muy inocentemente. Si ten�an las
provisiones, lo siguiente era la cena de oficiales; �claro est�, que se
preparar�a en la casa del capit�n!; y nada m�s y nada menos por las amorosas
manos de su ferviente esposa. Aunque los papeles suelen cambiar de un segundo
para otro, hay como una atracci�n recurrente a la hora de asignarlos. Nadie
discuti� que Dany, un mozalbete desarrollado de doce a�os con una belleza
ind�mita, cargada de una violencia que desped�a fuego en su atrayente rostro,
fuese el capit�n; del mismo modo, tampoco se discuti� que la maricona de �lex
fuese la entusiasta esposa, pues el mismo �lex decidi� que si Dany era el
capit�n �l ten�a que ser la amante esposa y, por supuesto, opt� con todas las
para ganar a tal honor. Los dem�s, se repart�an la tropa de asalto.


La imp�ber esposa del capit�n serpenteaba por entre esos
empapados soldados repartiendo con picard�a los manjares que en su honor hab�a
preparado. Para todos ten�a una sonrisa coqueta, que se ornaba de adoraci�n
cuando serv�a a su marido.


Al rato, aquellas inocentes manzanas de sano color y fresca
pulpa terminaron por convertirse en poderosos alcoholes que emborracharon al
capit�n seguido de su obediente tropa. Ese alcohol que les herv�a la sangre y
les hac�a propasarse cos�a el primer retal de la disculpa: el mort�fero brebaje
que deja el sentido en suspensi�n y la lujuria a la altura del cielo. Como
correspond�a a su posici�n, el primero en tomar la iniciativa fue el capit�n. Su
mano se pos� en el culo de �lex para agradecerle tan ricas viandas y lo atrajo
hacia s� para susurrarle a la altura de sus labios lo caliente que le hab�a
puesto la cena. El �xtasis comenz� a borbotear en el virginal cuerpo de �lex,
que sin saberlo se hab�a preparado desde la cuna para esta cama. Pero antes
hab�a que cerrar un peque�o asuntillo: el silencio.


Para el silencio, sobran las palabras. As� que la mano del
capit�n cogi� la mano de Ram�n, un pecoso pelirrojo de grandes labios y mirada
ausente que lo dotaban de una belleza muy particular, y con est�s palabras hizo
firmar a todos un contrato mudo.




�No te parece que el vino calienta demasiado?


�Claro! �asinti� t�midamente Ram�n que no opon�a ninguna
resistencia al convite que le formulaban. Su mano, guiada por la de Dany,
estaba ahora en la bragueta de �lex y all�, siguiendo la voz de su amo,
manose� suavemente a una esposa que comenzaba a humedecerse sin saber muy
bien el origen- Es lo que tiene beber: �da ganas de follar!


Y los dem�s, �Hab�is bebido mucho?




Los dem�s, de momento, no sal�an de su asombro. Ni tan
siquiera la pregunta mereci� respuesta. La mirada concentraba todos sus sentidos
y �stos no se apartaban de aquellas manos que segu�an tocando aquel pueril
paquete del bello ejemplar, que respond�a aquellos tocamientos con ligeras
sacudidas, como si en vez de la polla tuviera all� una llave a la que dar cuerda
para que el mu�eco bailase. �lex ten�a los ojos entrecerrados y en sus labios
apareci� una sonrisa que no termin� de dibujarse pues se ahog� en una mueca
placentera. Alfonso y �ngel se miraron y sonrieron avergonzados. Ninguno de los
dos hizo movimiento alguno para seguir a la tropa, sino que quedaron a la espera
de que el otro tomara la iniciativa.




�Quer�is beber m�s? �Dales m�s vino a mis soldados!




Esta orden fue acompa�ada de una presi�n m�s intensa en la
polla que despert� por un momento a �lex del sue�o en el que entraba. �l cogi�
una de las manzanas y cuando se dispon�a a d�rselas siguiendo al pie de la letra
el f�rreo gui�n, fue bruscamente interrumpido.




�Pero qu� haces? �De ese no! � Y diciendo esto, fren� su
mano apret�ndola con tanta fuerza que la manzana cay� al suelo.


S�, perdona cari�o, �de cu�l?- Dijo ella, ya muy en su
papel.




�l no solt� su mano sino que la acompa�o a la entrepierna de
�ngel y la puso a las puertas. �ste turbado, dio un paso atr�s, sonriendo de
nuevo avergonzado.




�Est� bien! Parece que no quieren beber m�s �dijo sin
ning�n tono de resignaci�n-. Si nos ense�as tu picha y te comportas como una
ni�a, nosotros te ense�amos la nuestra. �Vale? �Os parece bien?




El primero en entrar fue Ram�n. Tras su respuesta, el
silencio vigilado por la mirada de Dany, que con el fuego de sus ojos segu�a a
la espera de una �nica respuesta que quer�a: la suya. No tuvo que esperar mucho,
pues Alfonso, un aceitunado p�ber de belleza agitanada, sigui� los pasos de su
tropa; y teniendo un ej�rcito en el que no cab�a la deserci�n, �ngel entr� un
segundo despu�s con un susurrado "vale".




�Pues venga! Desabr�chate los pantalones.


Y vosotros �qu�?


Nosotros despu�s de ti. Las damas primero.




Esto �ltimo lo dijo sin ning�n tono de burla, sino con una
consideraci�n exquisita que s�lo pod�a venir de los labios de un capit�n. Pero a
esta delicadeza le sum� un primer gesto: se desabroch� el bot�n del pantal�n.
Viendo esto, �lex se decidi� por fin a bajarse los pantalones. Nada m�s iniciar
el gesto, los otros le rodearon con el �nimo de no perder detalle. En ese
instante, �lex sinti� que reinaba, pero no en la fantas�a, sino aqu�, a ras de
tierra, y en ese mismo instante decidi� que no se despojar�a de la corona pasara
lo que pasase. Con sus manos se desabroch� el pantal�n y baj� la cremallera
apareciendo ante los �vidos ojos un calzoncillo de algod�n azul celeste, tan
gastado que casi era trasl�cido. Dej� caer el pantal�n y les sonri� con los ojos
recibiendo la misma respuesta de ellos. El calzoncillo ten�a la goma floja y por
su propio peso sigui� la misma marcha que la anterior prenda. Y esta vez
apareci� por fin lo que todos esperaban.


Era una polla diminuta, de piel rosada que terminaba como en
un peque�o capullo vergonzoso que se ocultaba bajo el prepucio. Sus cojones, un
poco m�s oscuros, eran, en comparaci�n a su rabo, de mayor tama�o sin llegar a
un contraste evidente. Todos se quedaron en silencio; pero el espect�culo no
hab�a hecho m�s que comenzar, pues ante sus ojos el pijillo excitado tom� vida.
Poco a poco fue ganando en tama�o sin que el grosor se viera afectado por ese
cambio que despuntaba en un �ngulo recto. Al final qued� una polla del tama�o de
un me�ique por la que se vislumbraba la cabeza del capullo, como queriendo
saludar. Con dos dedos, �lex tir� lentamente del prepucio hacia atr�s y apareci�
un glande rojizo, intenso, de apariencia gelatinosa, pero de una viveza
deslumbrante y as� se qued� un rato, d�ndole peque�os movimientos que apuntaban
a todo el p�blico que segu�a hipnotizado el primer ensayo general de la polla de
�lex.




Ahora os toca a vosotros �dijo con voz melosa.




La mano de Dany baj� la cremallera y con gesto seguro el
pantal�n, tras esto el calzoncillo. Su polla ya despuntaba. A diferencia de la
�lex, ya contaba con unas leves notas de lo que iba a ser en su madurez. Un
vello t�mido adornaba una pija chica, pero de mayores proporciones que la de
�lex, aunque de igual belleza.




�Ya tienes pelos! �dijo �lex asombrado.


Desde hace mucho �presumi� Dany levantando la camisa para
que no se perdiera ning�n detalle de su incipiente hombr�a-. Ya no me
acuerdo cuando salieron; pero esto no ha hecho m�s que empezar. �A ver, a
que esper�is los dem�s!




Los desnudos se sucedieron por orden de deseo. Primero Ram�n,
que igual que Dany, luc�a una patente erecci�n; despu�s Alfonso, que t�midamente
mostr� su peque�o rabo a�n aletargado y pardo como los gatos en la noche; y por
�ltimo �ngel que mostraba una semierecta hombr�a que aument� de grado al
despojarse de toda prenda.


All� estaban, en un corro �ntimo y cerrado, toc�ndose cada
uno su peque�o amigo entre risas y miradas. �lex disfrutaba de aquel momento con
una intensidad desconocida. Percib�a que fuera lo que fuese el futuro, parte del
se acunar�a entre aquellas pijas tan infantiles que su inexperta lujuria
vaticinaba como deliciosas, pues mucho era lo que se ocultaba en aquellos
bocetos. Sus �vidos ojos paseaban por aquel atractivo paisaje, terminando
siempre por centrarse en la polla de Dany que reun�a los encantos a los que �lex
no se pod�a resistir: una madurez m�s misteriosa y la belleza ind�mita del
capit�n.




Podemos hacer tortilla �sugiri� Dany-. �No sab�is c�mo se
hace? Pues es muy f�cil: tenemos que juntar nuestras pichas.




Y diciendo esto se balance� hacia delante y su capullo bes�
al de �lex. �ste mostr� su sorpresa y alegr�a respondiendo del mismo modo y
sintiendo como cada contacto se expand�a en oleadas por todo su cuerpo. A los
pocos segundos una org�a de rabos se reun�a ca�ticamente en un centro confuso,
que se creaba al son de los d�biles rugidos de una sexualidad que despertaba. En
aquel momento no hab�a nada que los despertase de aquel sue�o, ni la tormenta
que arreciaba lograr�a calmar aquel baile de peque�as mininas, que reci�n hab�an
comenzado sus compases. Y como en un baile, las parejas se formaron tras la
apertura del capit�n y su esposa. En una de esas embestidas, Dany se acerc� a
�lex y lo apret� contra s�, quedando polla con polla reunidas en un fuerte
abrazo. De su instinto salieron los siguientes pasos y comenzaron a restregar
sus cuerpos con movimientos largos y potentes para que sus vergas sintieran la
calidez de sus cuerpos. Y as� abrazados, continuaron ese t�rrido baile con los
ojos cerrados, perdidos en sus sensaciones que, por sus rostros, eran tan
placenteras que los dem�s imitaron aquella nueva danza. �lex comenz� a acariciar
la espalda de Dany, con esa delicadeza femenina tan innata que s�lo pod�a surgir
de un amor que estaba floreciendo. Nunca hab�a sentido tanta dicha como ahora, y
su cuerpo trataba de expresar la caliente adoraci�n que germinaba en �l. Un
fervor que no era reprimido en ning�n momento, pese a no ser acompa�ado, pues
los brazos de Dany segu�an aferrando fuertemente a �lex sin mostrar otro signo
de vida. Era �lex el que pon�a la savia. Sus manos recorr�an aquella belleza
ind�mita dejando las notas de cari�o en un recorrido incoherente, pero cada vez
m�s atrevido. De la espalda paso al cuello; de ah� a acariciar la cara para
despu�s volver a desandar lo andado y reposar en unas infantiles nalgas.


Pese a la frialdad de Dany, �lex notaba que estaban en
comuni�n. Los suaves jadeos comenzaron a salir de sus bocas; y cuando abri� los
ojos, comprob�, en el rostro placentero de Dany, que gozaban del mismo abismo.
Aquellas pililas sal�an de su letargo con una sensibilidad exacerbada. Cada
cent�metro de sus cuerpos era un receptor en alerta que transmit�a esos
novedosos mensajes, que s�lo ped�an una respuesta: m�s de lo mismo. Y aquella
ansiedad se traduc�a en una mayor potencia de sus contoneos, como si tratasen de
llegar a un punto de ebullici�n y all� fundir cuerpo con cuerpo.


Notar aquella dureza en su pichina, sentir la de Dany, que
con mayor autoridad regaba su placer, eran sensaciones de las que �lex no quer�a
escapar. En aquel momento, ignorando que aquello no era m�s que un pr�logo,
hubiera firmado por continuar as� toda la vida, pues sus sensaciones iban a m�s
sin anunciar en ning�n momento un posible final. Su mano se dirigi� hacia la
polla de Dany y �ste fren� su meneo, dej�ndole que hurgara c�modamente en su
intimidad.




�Sabes tirar pajas?


No.


Es f�cil �coment� mientras los dem�s paraban sus pasos de
baile para atender a la lecci�n-. Mi hermano Marcial no para de tir�rselas.
S�lo tienes que acariciarla suavemente. No. �As�, no! As�




Y aquella inexperta mano gui� al pupilo por el talle de su
pija que en un leve movimiento abarcaba el recorrido.




Contin�a t� ahora.


Y t�, �no me la coges?


No. Eso es de maricones.


Entonces ellos son maricones. Alguno tendr� que tocar el
pajarito de los dem�s.


No es lo mismo. Ellos son hombres. Y si no hay maricones,
tendr�n que hac�rselo entre ellos. Pero este no es nuestro caso.




�lex no se sinti� herido por aquella explicaci�n. Si ser
maric�n era ser aquello: �l quer�a ser maric�n. As� continu� pajeando a
Dany, disfrutando de tener entre su mano una polla como aquella sobre la que
ten�a un control total. Los dem�s se tocaban sus pollas con movimientos torpes,
intercalando estas sacudidas con las fricciones de un baile que les resultaba
m�s placentero que mirarse a los ojos para tocarse las colitas, pues la
culpabilidad segu�a haciendo compa��a al placer.


Dany sigui� quieto, dejando que la delicada mano de �lex
hiciera su experto masaje. Aunque era la primera paja que realizaba, parec�a
haber nacido para ese menester, pues su curiosidad realizaba una primorosa y
arm�nica labor. El pulgar recorr�a aquel capullo vivo dibujando c�rculos en su
diminuto contorno, para despu�s bajar apretando suavemente el talle para
sepultarse en sus huevos. Todo este movimiento ten�a un ritmo preciso que
combinaba las largas caricias con estribillos fren�ticos, para hacer leves
pausas en las que los huevos eran sobados a conciencia. Una de las manos de Dany
ca�a inerte, como despojada de vida, pues toda ella se hallaba en este momento
en su entrepierna; la otra segu�a abrazando a �lex y apretando fuertemente en
una especie de discurso morse que transmit�a todo el poso de la verdad, lo que
herv�a en aquel imp�ber decidido.




�Dime que me quieres! �le susurr� al o�do �lex.


�No... no digas tonter�as! �murmur� entre jadeos.


Soy tu esposa. A las mujeres se las quiere �dijo como una
gatita en celo, poniendo mayor lujuria y �nfasis en su obra, pero sin perder
el secreto de su petici�n-. Como t� eres mi marido, yo te quiero.




�l ni tan siquiera se molest� en responder. De su boca no
sali� ni una palabra m�s; pero s� un regalo. Fue un beso. Un beso tierno y
cari�oso dirigido al coraz�n de sus labios. Un beso que no estaba guiado por el
placer, pues a�n eran muy j�venes como para que �ste mostrara su verdadera
naturaleza, sino por algo m�s fuerte que �l ignoraba que tuviera: el amor. Un
amor oculto del que �lex se prendi� desde ese momento con un lazo tan fuerte,
que el paso del tiempo no hac�a sino incrementarlo por su imposibilidad. Pues a
partir de ese d�a, y durante dos a�os y nueve meses, Dany no quiso saber m�s de
�lex. As� conoci� esta maricona la otra cara del amor: la amargura.


Mil y una noches despu�s, las vacaciones de Semana Santa
tomaron el relevo a las caba�as. En aquella ocasi�n el mismo grupo se dirigi� a
pasar esos d�as a la fraga del Eume, al m�gico monasterio de Caveiro, sobre el
que circulaban un mont�n de historias que rimaban con sus escarpados parajes.
Llegaron cuando anochec�a y decidieron montar las tiendas no en el monasterio,
sino siguiendo el curso del r�o en el primer llano que encontraran. �ste tard�
en llegar y la desesperaci�n hizo que montaran sus habit�culos al lado de lo que
parec�a un molino. Que �lex estuviera all� respond�a, aparentemente, a una �nica
raz�n: ten�a una tienda de campa�a. Y aquellos cuatro inseparables mal cab�an en
una tienda de dos. Como suele ocurrir por estas fechas, el tiempo era
desapacible, y un calabobos persistente acompa�� todas las operaciones de
intendencia que se hicieron bajo la mayor de las urgencias. Cuando por fin
terminaron, �lex compart�a la tienda con Dany pues fue quien le ayud� a
montarla.


El curso de la vida hab�a moldeado a estos adolescentes. Lo
que se anunciaba se cumpli�. �lex alumbr� una belleza ambigua, pero arrebatadora
que reinaba en un cuerpo esbelto pero de formas femeninas que sus gestos no
hac�an m�s que agudizar. Dany en cambio concentr� toda la masculinidad que
apuntaba. Pese a su adolescencia, era f�cil confundir su metro ochenta con un
hombre de mayor edad, pues estaba hecho a cincel, a hachazos bruscos y viriles
que formaban un conjunto recio y torneado, en el que despuntaba una musculatura
que �l cuidaba con esmero para que reluciera con su inviolado esplendor. Aunque
les un�an m�s cosas, quiz� a estas alturas la �nica consciente que uno y otro
pod�an apuntar era el saberse agraciados. Estaban dotados de una belleza, cada
una en su estilo, que era capaz de enloquecer, pues los acosos a los que eran
sometidos fueron constantes desde que �sta asom� t�midamente su patita.


A diferencia de Dany, �lex hab�a mantenido una fidelidad muda
con uno y otro sexo. Sobre el femenino sobran explicaciones; sobre el masculino,
s�lo existe una: en cada hombre buscaba a Dany y �ste nunca aparec�a. El
resultado era que su virginidad segu�a intacta, resguardada por el peor de los
guardianes: los juramentos de la adolescencia, ese amor eterno en el que un
segundo de promesa cierra un tiempo infinito de espera.


�lex amaba con locura a Dany, y hab�a jurado que hasta el fin
de sus d�as no amar�a a otro. Mientras, esa espera se produc�a bajo el manto de
bella durmiente: contando los d�as, las horas, los segundos que faltaban para
que lo despertasen de ese esperanzador letargo.


Eso era amor. Era un amor sin fondo, que d�a a d�a ganaba en
profundidad sin vislumbrarse en ning�n momento la plenitud de ese sentimiento
que no paraba de medrar. De nada serv�an las burlas o la violencia con la que
fue tratado por �l, porque de nuevo el reflejo de una mirada volv�a a avivar la
llama con mayor fuerza. Cualquier gesto, por nimio que fuese, era a los ojos de
este coraz�n locamente enamorado, una prueba m�s de que pronto ser�a
correspondido.


Durante ese tiempo, �lex escribi� un diario. Como todos los
diarios estaba lleno de poes�as y claves que dificultaban su interpretaci�n si
�ste ca�a en malas manos. En s� era una carta de amor. Una carta de amor larga y
prolongada que, como el curso de los r�os, obedec�a a distintos estados de
�nimo. Un arco iris te��a aquellas sinceras p�ginas, desde la m�s negra de las
amarguras a la m�s roja de las pasiones. L�nea a l�nea se compon�a el
rompecabezas de un amor incombustible. Si le hab�a dado una paliza o corrido a
pedradas, aquella tinta negra y oscura desplegaba sus llantos inconsolables para
terminar, tras un giro radical de su fantas�a, relatando aquella afrenta como un
encuentro en el que las piedras eran besos y las hostias caricias; todas ellas
prefacio de una jodienda placentera. Si el d�a hab�a sido bueno, y en aquellas
miradas ambiguas reconoc�a el amor sigiloso de su macho, la tinta se hac�a
alegre como unas casta�uelas; y la fantas�a iba m�s all�, a una comuni�n total
de los cuerpos que no ten�a fin, pues estaba hecha de principios que se
renovaban unos a otros.


As� era el amor que profesaba, tan nuevo como la esperanz con
la que el d�a amanec�a.


En cierto sentido, Dany tambi�n conserv� su fidelidad. Su
robusta naturaleza ven�a provista de dos dones: una polla grande y un coraz�n
tan grande como su polla. Con el primero, ya cumplidos los diecis�is, hab�a
pasado por la piedra a media docena de hembras; con el segundo, fren� cualquier
intento de los machos de subirse a su grupa. En su coraz�n sent�a que con �lex
hab�a tenido m�s que suficiente. Ni siquiera hab�a pasado por el rito comunal de
tirarse unas pajas en la buena compa��a de los colegas de toda la vida. Las
alemanitas quedaban en la intimidad de sus s�banas y con el frecuente coro de su
hermano Marcial que, pese a lo que follaba, no hab�a perdido la costumbre de
homenajearse todas las noches, mojara o no. All�, entre esas s�banas blancas, se
la despellejaba con frecuencia pensando en los muchos chochos que a�n quedaban
por catar, aunque de vez en cuando la nostalgia le pasaba factura. �sta ten�a
siempre el mismo remitente: �lex. En las contadas ocasiones que esto ocurri�, su
furioso masaje paraba de golpe y no volv�a al ataque hasta que su imaginaci�n
hac�a verdaderos esfuerzos por recrear un co�o empapado y hambriento que tardaba
en dibujarse por la claridad con la que persist�a la embrujadora belleza de
�lex. En aquellas zozobras, Dany se disculpaba dici�ndose a s� mismo que aquello
no ten�a importancia, pues �lex no pod�a ser tomado como un hombre en el sentido
exacto de la palabra. De ah�, coleg�a un segundo pensamiento para ahuyentar un
temor que le empapaba todo el cuerpo: "Por lo tanto: �no me gustan los hombres!;
aunque nunca exploraba un tercero que, seguramente, caminar�a por el: "��Me
gustaran los maricas?!".


Ahora all� estaban. Fuera llov�a mansamente y s�lo el
murmullo del r�o acompa�aba el silencio de ese primer instante, arrop�ndolos
como un gran manto que les hizo olvidar que el mundo continuaba m�s all� de las
lindes de la tienda. Ni tan siquiera escucharon las bromas que le ca�an a Dany
sobre el cuidado que ten�a que tener con su culo; ni tampoco escucharon la
propuesta de beber ahora la botella de ron que tra�an; ni si quer�an unos
bocatas; ni las risas, ni los gritos. No escucharon nada. Estaban quietos y
mir�ndose en la oscuridad, sin saber muy bien por d�nde iba a venir la vida.


�lex fue el primero en escribir ese diario que, hasta ahora,
viv�a en tinta. Encendi� el intermitente de la linterna y una aterciopelada luz
roja inund� la primera hoja. Nunca lo vio tan guapo, tan irreal. Parec�a salido
de un sue�o, pues realmente aquello era un sue�o, su sue�o. Lo mir�
t�midamente y cerr� los ojos para aspirar la belleza de lo que hab�a visto por
el rabillo del ojo. Y all�, con los ojos cerrados, desat� los cordones de las
botas; y con los ojos cerrados oy� como �l hac�a lo mismo. Y con los ojos
cerrados se desabroch� el pantal�n y bot�n a bot�n abri� la bragueta y se qued�
all� quieto, esperando el eco a su pregunta. Y oy� el sonido de la cremallera y
su coraz�n, loco ya, se encabrit�. Tumbado en el suelo de la tienda (y con los
ojos cerrados) baj� sinuosamente las perneras del pantal�n hasta el tobillo; y
all� par� para escuchar, si sus latidos se lo permit�an, el roce del vaquero
sobre la piel que tanto deseaba. Y la tela enton� un canto dulce hasta morir a
la altura de los pies. Y all� (con los ojos cerrados), se quit� el pantal�n
ayud�ndose con los pies hasta depositarlo en una de las esquinas. Y all� (con
los ojos cerrados) vio como su polla com�a la tela del calzoncillo conforme se
iba poniendo m�s y m�s dura. Y, con los ojos cerrados, escuch� el sonido
familiar del pantal�n acariciando sus deseos. Y temi� abrir los ojos y verlo. Y
cerr� con m�s fuerza los ojos, dej�ndose deslumbrar por aquellas figuras
abstractas que se formaban en su retina por los destellos de la linterna. Y
�stas comenzaron a casar hasta lograr una armon�a que s�lo ten�a un due�o: Dany.
Y all� (con los ojos cerrados hasta dolerle) se quit� el niki empapado, dejando
a la oscuridad suspendida su torso caliente. Y esper�. Y esper�. Y esper�. Y
desnud� aquella imagen hecha de retazos de luz. Al tiempo que la desnudaba, el
sonido que aguardaba emergi� escoltando a aquella imagen borrosa y pasional,
siguiendo milim�tricamente toda la acci�n, como si su imaginaci�n, ordenada por
el deseo, obrase en la piel de su amante. Y abri� los ojos. Y mir�.


Vio el techo de la tienda y una sombra curiosa que se
proyectaba ora si ora no. Y volvi� a cerrar los ojos. Y tumbado encima del saco
de dormir se imagin� ya en sus brazos, y la imaginaci�n lo llev� al deseo, y el
deseo s�lo escrib�a que nunca se separar�an. Y ante ese deseo volvio a
cerrar los ojos para vivir ese tiempo quieto.




Podemos unir los sacos �susurr� haciendo un esfuerzo para
vencer su timidez.


Mejor no.


No. Lo dec�a para estar m�s c�modos.


No creo que fuese una buena idea.


Perdona... pens� que era lo mejor que pod�amos hacer.


No hay porque pedir perd�n.


Ya...


No hay nada por lo que pedir perd�n


Ya. Pero yo lo dec�a por estar c�modos, no por lo que t�
piensas.


�Y t� qu� crees que pienso?


Bueno ya sabes...


Ya.




Y esa respuesta fue seguida por el sonido de la cremallera.
Un sonido largo, tanto como su sorpresa, pues Dany estaba escribiendo, a los
ojos de �lex, la segunda p�gina de un diario mil veces imaginado por una
calenturienta fantas�a que hab�a dado vueltas como una peonza en torno a su
�dolo. Abri� los ojos y contempl� como aquel Adonis hab�a abierto el saco de
dormir dando muestras de una clara aunque ambigua invitaci�n. Con delicadeza y
timidez �lex hizo lo mismo. Cada diente de la cremallera que iba abriendo
se�alaba un latido de su coraz�n, cuando termin� aquel camino que llevaba a su
deseo, uni� su saco con el de su amor. Present�a que aquel acto inocente para
otros, ten�a en esta ocasi�n una significaci�n que iba m�s all�, a regiones
donde s�lo �l y su amado pod�an compartir y entender. Se dispon�a a unir la otra
mitad, cuando Dany lo detuvo con un gesto mudo cargado de determinaci�n. No hizo
nada m�s que tocar su mano y quedarse quieto como una estatua, en una expresi�n
interrumpida que se negaba a dar un paso m�s.


La intermitencia de la luz hac�a dif�cil adivinar qu� se
ocultaba tras aquel gesto sereno. Ocultara lo que ocultase, �lex ard�a. El
contacto de su mano lo estremec�a hasta el punto de ruborizarlo, mimetiz�ndose
con el rojo pasional que te��a la estancia. Pasaron como diez segundos, tan
eternos que dio tiempo a que se arremolinaran millones de pensamientos que
pugnaban por abrirse paso. Qu� hacer, qu� no hacer. Seguro que la respuesta se
hallaba en ese torbellino en el que estaba sumergido �lex; pero ninguna palabra
romp�a la frontera de sus labios.


Sin embargo, su cuerpo parec�a estar en otro mundo, en un
cosmos que no respond�a a las mismas dudas de �ste, sino a impulsos tan
primarios como el que llevaba asol�ndolo tantos a�os. Con el pulgar de su mano
acarici� suave, muy suavemente la palma de Dany. Eran mil besos cari�osos,
hechos de miel y de susurros, con una ternura que segu�a ardiendo con la misma
dulzura que el primer d�a, con una entrega que no pon�a condiciones ni l�mites,
pues era ciega al haber visto el amor, al haberlo descubierto desde tan temprana
edad en los ojos de Dany.


Tras aquella caricia igual de eterna, la mano de Dany se
alej� lentamente, pero sin despedirse, pues en esos pocos segundos se hab�an
tejido lazadas invisibles que los ligaban con una fuerza ancestral de la que
eran levemente conscientes. Dany se tumb� en el suelo, mirando hacia el techo, y
tras un profundo suspiro gir� su cabeza hacia un lado, evitando ver la turbadora
belleza de �lex, alumbrada por aquel rojo innecesario que no a�ad�a nada a lo ya
expl�cito.


Aquel espl�ndido cuerpo, de rotundas y masculinas formas, se
hallaba postrado a medio camino de todo. Por una parte, ofrec�a todo su
esplendor a los ojos de su amado, mostrando la robustez de sus piernas
perfectamente delineadas y musculosas, la curvatura de sus nalgas, lo prieto de
su dibujado abdomen que pugnaba por la belleza de su torso, la potencia de sus
brazos, todo para deleite del amor que segu�a embelesado contemplando a su
macho; en cambio, ese rostro ind�mito, en el que refulg�a su mirada, permanec�a
oculto, evitando que el invitado que �lex a�oraba cruzase la linde de sus ojos
para circular por los aleda�os y mostrar su verdadera naturaleza. A �lex le
resultaba dif�cil interpretar, fuera del amor que sent�a, qu� quer�a expresar su
bien amado.


�Se puede ocultar el amor? Quiz� s�; pero no a los ojos de la
persona amada. Sabemos quien nos quiere, porque sobran palabras. Un "te quiero",
un "te amo" no viene m�s que a subrayar lo que ya sabemos, por la sencilla raz�n
de que lo sentimos as�. No pude ser de otra manera. El amor puede enga�ar, pero
no mentir. Enga�a por que quiere lograr; no miente porque el coraz�n ciego s�lo
dice verdades, por mucho que nos cueste. Y ese coraz�n ciego empez� a
interpretar vestigios imperceptibles para un esp�ritu que, como el suyo, no
estuviese perdidamente enamorado.


En la agitaci�n del abdomen que buscaba la serenidad, vio
�lex la profundidad del sentimiento de Dany. Si estaba as� s�lo pod�a deberse a
una raz�n: �l. Un "�l" que compart�a la misma turbaci�n producida por la misma
enfermedad: el amor.


Azorados y azuzados por la misma m�sica, sin atreverse a dar
un t�mido paso que iniciara el baile, dejaron, en esos primeros minutos, que los
embelesase esa melod�a muda que supuraba sus cuerpos, caldeando la estancia con
un perfume que s�lo crea lo inevitable.


Estuvieron quietos como veinte minutos, casi sin pesta�ear.
Sus respiraciones se fueron acompasando hasta ser una. Pese a la quietud, la
agitaci�n se pod�a palpar. Era un estremecimiento soterrado, que refulg�a en
peque�as claves; algunas evidentes y otras intangibles. Sus magnificas pollas
segu�an siendo el hierro dulce que alcanzaron en un principio. Una mancha h�meda
empapaba el calzoncillo en el punto donde pujaban sus capullos por salirse de la
prisi�n. Los ojos cerrados, el rostro abandonado a una ausente placidez, y una
sonrisa apenas esbozada, eran otras de las muestras por las que discurr�a ese
corriente secreta que se profesaban. Nada alter� aquel estado. Ni las co�as que
se tra�an los de la cuadrilla de al lado enturbiaron aquella declaraci�n, que se
engarzaba eslab�n a eslab�n en una cadena de oro puro y brillante. Gradualmente
fue cesando la vida en la tienda vecina. Y a esa muerte dio paso una vida
augurada desde que sus labios sellaran aquel pacto con un beso, casi cuatro a�os
atr�s.


Sin saber muy bien el porqu�, �lex se tumb� al lado de Dany.
�ste ni tan siquiera se inmut�, permaneci� en la misma postura como si el tiempo
se hubiera parado y con �l la vida. T�midamente, y con toda la ternura de la que
era capaz, la mano de �lex recorri� suavemente el abdomen de su adorado. Esa
caricia s�lo tuvo una respuesta: un suspiro suave y placentero. En la segunda
vuelta sus suspiros se unieron. Con delicadeza sus dedos recorrieron ese abdomen
definido y recio para subir despu�s a un torso en el que despuntaban sus
pectorales. All� mim�, con su femenina exquisitez, el contorno de sus pezones
hasta que despuntaron aguerridos. Sigui� con delicados c�rculos trazando la
belleza de aquel cuerpo masculino al que se hab�a rendido. Su mano exploraba con
un amor infinito todo el pecho de Dany, sin que mostrar� el menor signo de vida,
fuera del ardor mudo con el que respond�an ciertas partes. Su cara se apoy� en
el pecho. Y all� permaneci� como hipnotizado por los latidos de un coraz�n que
rug�a como el suyo. Aquella se�al fue el impulso que gui� su mano hacia ese
rostro que se ocultaba con obstinaci�n en la verg�enza de sus sentimientos.
Acarici� su mejilla, sus ojos, recorri� el contorno de sus labios que segu�an
ta�endo sus mudos suspiros, volvi� a su mejilla y jugueteo con su cabellera,
diciendo en cada acto un "te amo" tan profundo como la oscuridad de la noche.
As� estuvo como veinte minutos, escribiendo cartas de amor en la piel de su
amado. Eran cartas largas, llenas de sentimientos puros, y con una pasi�n que,
en su afecto, rozaba la locura.


En ese tiempo, entendi� que la quietud de Dany no respond�a a
una supuesta frialdad, sino que por el contrario escond�a un sentimiento tan
grande que hasta a �l le asustaba. Cuando entendi� esta verdad, sus labios
besaron el pecho para sellar el descubrimiento. Fue un beso delicado, suave como
una pluma, reverente como una adoraci�n.


Sus pollas segu�an duras, empapando la tela de sus
calzoncillos como �nica se�al de lo que all� ocurr�a. Tras el beso vino otro, y
otro, y otro. Fue recorriendo palmo a palmo la viril belleza de Dany. Se ba�� en
el sabor de su amado, lamiendo y besando cada poro de su piel hasta llegar al
cuello. En ese momento la esbeltez de su belleza intento cubrir la rotundidad de
esa masculinidad suspirante, quieta y callada. Su pollas se unieron y �lex bes�
el cuello de Dany, para ir subiendo, poco a poco hacia sus mejillas. Cuando
lleg� a sus labios, esper� que estos se abrieran, pero no hubo respuesta. No
rechazaban, pero tampoco animaban a continuar, sino que segu�an en ese discurso
encerrado en jadeos llenos del m�s absoluto silencio.




�B�same! �B�same, por el amor de Dios! �Dios, mi vida
cuanto te amo! �susurr� �lex.


...


�Qu� te ocurre? �Por qu� no respondes? �Dime?


...


Te amo Dany. Te amo desde siempre. Te amo desde que tengo
memoria y uso de raz�n. Desde aquel d�a que me besaste. �Desde siempre!


...


�Dios, cu�ntas cartas te he escrito! �Cu�nto he pensando
en ti! No hubo d�a en el que t� no estuvieras. Hora tras hora pensando en
ti. Am�ndote en silencio. Porque te amo as�: en silencio. Nadie sabe lo
mucho que te amo. Ni siquiera Isabel, que es mi mejor amiga, conoce lo que
yo siento por ti. Nadie lo sabe, �sabes? Y as� seguir�. No tienes porque
preocuparte.


...


Yo soy la marica. Nunca se me ocurrir�a hacerte da�o. Si
tu sufres, yo sufro. �Ya he bebido tantas l�grimas...


...


! Pero puedo beber m�s. �Te amo tanto, mi amor! �Dios!


...


No s� qu� es vivir sin amarte. Hasta cuando me
desprecias, cuando me pegas, deseo odiarte con toda mi alma; �pero no puedo!
�Me es imposible! Cuanto m�s empe�o pongo en odiarte, m�s te amo. � Cuanto
m�s te odio, m�s te amo! Esto no es normal. A veces creo que estoy majareta.
Pero no puedo vivir de otra forma. No s�. No s� vivir de otra forma que no
sea am�ndote. �No dices nada?


...


Muchas veces pens� que ser�a cosa de cr�os. �S�, ya s�
que soy un cr�o! �Pero entiendes lo que quiero decir? �Cu�ntas veces lo he
pensado! Pasar�n los d�as, los meses, los a�os... y te olvidar�s. Lo ver�s
por la calle, y te entrar�n ganas de re�rte pensando en lo mucho que lo
amaste, en lo mucho que lloraste. �Pero pasan los d�as y nada pasa, joder!
�se dice enfadado-. Todo sigue igual o peor. Lo que siento lo siento m�s
fuerte. �Me quema...! �Me abrasa esta puta vida! A todas horas... Y no s�
qu� hacer... s�lo s� amarte. Sigues sin decir nada. �Te parezco un loco,
verdad?


...


�Por favor, di algo! Esto es muy fuerte, �sabes? No
tienes ni idea de lo fuerte que es. �C�mo duele! �dice a punto de llorar-,
�c�mo duele, joder!


...


�No sabes lo feliz que soy en este momento!
�arrepinti�ndose de su debilidad-. No me importa que no digas nada. Yo
hablar� por ti. Yo dir� lo que t� callas. Yo har� lo que t� deseas, pero no
haces. Yo amar� por ti





Y tras esto, volte� con fuerza la cara de Dany y lo bes� con
toda la pasi�n que hab�a acumulado a lo largo de estos a�os. Intent� que su
lengua cruzara aquellas puertas cerradas a cal y canto, pero ni la pasi�n que
destilaba pudo con tanta obstinaci�n. Las l�grimas aparecieron en sus ojos, Dany
gir� la cabeza y volvi� a su cueva. Y aquellas l�grimas saladas y amargas
siguieron su camino para perderse en las mejillas de su amado, que las recibi�
con un suspiro cargado de pena. Fue ella la que alegr� el coraz�n de �lex que
continu� con su ag�nico llanto llevado ahora por la m�s extrema felicidad. Y sus
lagrimas saladas humedecieron los besos con los que su amor velaba por su amado.


Sus pollas estaban juntas, en un c�lido abrazo, y �lex
comenz� a menearse haciendo que chocaran sus humedecidas pasiones. Se sent�
sobre el abdomen para contemplar de nuevo aquella belleza p�trea y sus ojos
enmascarados por el llanto sucumbieron, como siempre lo hac�an, a ese encanto
irresistible que emanaba Dany, que manten�a su interrogante quietud.


Se situ� a su lado y volvi� a acariciar su torso. Despu�s, la
mano baj� sinuosamente hacia su entrepierna, siguiendo el camino marcado por su
vello p�bico. Y all� acarici� la dura belleza de aquella pija descomunal. Su
pulgar recorri� el empapado capullo siguiendo, en un giro lento, el contorno de
su esplendor. Despu�s, guiado por su instinto, pues era la primera vez que lo
hacia, agarr� aquel m�stil de proporciones similares al suyo, e igual de
fibroso, y baj� suave, muy suavemente, por todo su talle hasta terminar en el
mullido colch�n de su pubis. Volvi� a repetir esta jugada, pero cuando lleg� a
su capullo, sus dedos tomaron la goma del calzoncillo y lo bajaron en el viaje
de vuelta. Dany sigui� quieto, con los ojos cerrados, gozando de un �xtasis que
apenas se hab�a iniciado. Se puso de rodillas y sin ayuda de ning�n tipo baj� el
calzoncillo. Lo mismo hizo �l y se qued� deslumbrado ante la belleza de sus
pollas. Acerc� su cara a esa verga tiesa y aspir� su hombr�a hasta emborracharse
de placer. Su mano volvi� a coger aquel hermoso ejemplar y seguir con ese meneo
delicado y pasional que lo enaltec�a. La polla chorreaba y ten�a un brillo
espectacular, parec�a una tea ardiendo. Y era cierto: abrasaba.


Su mano palp� sus cojones y jug� con ellos. Eran duros como
rocas, como si la fibra de su polla hundiera sus ra�ces en los test�culos. Al
tiempo que los magreaba, su mano continuaba con el delicioso vaiv�n. De nuevo
volvi� a oler aquel poderoso reclamo, ese aroma a sexo que persist�a con una
intensidad inaudita cegando todos los sentidos.


Aquella pija emborrachaba, ped�a con su extraordinaria figura
que bebieras de su ca�o. Y eso hizo. La punta de su lengua roz� ligeramente el
capullo. Y el sabor del poll�n se abri� paso salvajemente, inundando por entero
su paladar con un gusto salado y picante, con un sabor delicioso. En los
primeros instantes, la lengua retoz� por el per�metro del capullo, pasando su
rugoso tacto para llamar a todas las notas del placer. Despu�s, guiado por su
sabor, aroma y cuerpo, cat� un trago m�s grande y desapareci� el capullo en la
boca de �lex. Era un capullo peque�o en la robustez de aquel engendro, con forma
de champi��n achatado que hac�a que aquella polla tuviera como un final de
estilete romo. Era delicioso tener la calentura de aquella verga entre las
encharcadas paredes de su boca. Salivaba, por la lujuria, con profusi�n y empap�
en su corto viaje la mitad de aquella polla de veinticuatro cent�metros. Despu�s
una arcada fren� su entrada, pero en aquellos doce cent�metros, �lex se aplic�.
Chupaba que daba gloria. Nunca lo hab�a hecho, pero hab�a nacido para esto.
Succionaba con maestr�a al tiempo que sus labios, en un abrazo, h�medo
acariciaban el grueso talle. Despu�s, en el capullo, su lengua revoloteaba
traviesa, dedicada a exprimir esa fuente de suspiros que se encontraba en la
entrepierna. Esa prodigiosa mamada era simultanea a la masturbaci�n que segu�a
masajeando aquella pija ejemplar. Durante doce minutos no dejo de chup�rsela. Lo
disfrutaba con tanta pasi�n que los esfuerzos que ten�a que hacer para alojar
aquel vergazo, no eran tomados como tales, sino como una cara m�s del placer que
ocultaba aquel cuerpo.


En todo este tiempo, Dany continu� quieto, s�lo
imperceptibles meneos y una respiraci�n m�s apurada, eran las se�ales que
coronaban aquella haza�a. Pero sus manos comenzaron a reptar, a tomar entre sus
dedos la tela del saco de dormir, y aquellos suspiros fueron poco a poco
convirti�ndose en gemidos. Eran unos gemidos tenues, ahogados por la verg�enza;
pero ese empecinamiento hac�an que salieran a la luz a�n m�s caldeados. Esos
indicios animaron a�n m�s a �lex que continuaba saboreando la viveza de aquella
descomunal pija. Tomar sus huevos y estrujarlos, sentir su vello p�bico y
enredar sus dedos en �l, asir aquel talle nervudo y terso, y con la delicadeza
que le era natural menearlo con todo el amor que sent�a, era una combinaci�n
demasiado gloriosa, cercana al para�so, pues sent�a que el nirvana, en caso de
dibujarse, tendr�a los contornos de aquel sabroso manjar.


Y as�, aquellas manos, que agarraban el saco por no agarrar a
�lex, comenzaron a surcar su cuerpo en un viaje lento y sensual. �lex par� de
mam�rsela y �l interrumpi� su paseo, y saliendo de su cueva, mir� implorante a
su bienhechor. Y en esos intervalos en los que la luz le�a los detalles, �l
crey� distinguir no s�lo pasi�n en su mirada, sino ese amor que alumbraba en la
suya. Sonri� levemente y �l contest� con un nuevo jadeo, y cuando la luz volvi�,
una sonrisa t�mida y fugaz cruz� su rostro. �lex acomod� su lengua en la base de
la tranca y subi� reptando lentamente, dejando que los surcos de su lengua
acariciasen con su humedad y tacto aquel robusto mango; cuando lleg� al achatado
capullo, lo ahog� en su boca y durante unos placenteros instantes su lengua
deline� vertiginosas y complicadas curvas por toda su carnalidad, para engullir,
como si de un fam�lico se tratara, una buena porci�n de aquel chorizo, mientras
Dany se magreaba dulcemente los pechos, una y otra vez, como un abrazo dado a s�
mismo, en la b�squeda de una protecci�n que no llegaba, pues se hallaba en medio
de la tormenta, en otros menesteres.


Repentinamente, aquel monstruo que s�lo mostraba se�ales de
vida por su dura apariencia, cobr� movimiento. Al principio, imperceptiblemente,
como una ligera sacudida que gradualmente fue cogiendo tono y dibujando en el
aire el camino de su placer. Eran movimientos largos y felinos en los que aquel
espl�ndido cuerpo se dejaba portear por una sensualidad marcada por la exquisita
feminidad de �lex. Parec�a que la delicadeza conjurara con su llamado a la
gracia. Arqueando las piernas levantaba su pubis para volver a hundirse en un
arco perfectamente trazado. �lex dej� de pajearlo para tomarle los muslos y
acariciarlos con suavidad. Su mano, igual que hab�a hecho con la verga, sub�a y
bajaba por sus desarrollados m�sculos para finalizar su viaje en el pubis y
volver de nuevo a subir aquellas musculosas monta�as. Bes� la polla, con besos
peque�os y traviesos que recorrieron su contorno, para que no se escapara agarr�
la polla y continu� besando con la misma dulzura. Dany par� sus movimientos y
concentr� todo su baile en el abdomen que emprendi� el movimiento de aquel impar
instrumento. Besaba y leng�eteaba, y vuelta a besar, y vuelta a lamer. De
repente, aquellas manos mudas agarraron la de �lex, que se asust� por una
intromisi�n que no esperaba, pero que deseaba. Y uni� su mano a la de �lex y se
lanz� a mene�rsela cada vez con m�s fuerza. �lex sucumbi� al espect�culo, no
dejaba de observar aquella comuni�n e imprimi� m�s fuerza aquel delicioso
masaje, hasta que de la oscuridad, y acompa�ado por un bramido ahogado, surgi�
una rica leche que salpic�, en tandas sucesivas, todo lo que se encontraba a su
paso. Con la primera eyaculaci�n, Dany dej� de mene�rsela, pero no �lex que
continuaba mimando duramente aquel pijo, aumentando su pasi�n al ver c�mo
respond�a el surtidor. El cuerpo de Dany se desencajaba al no poder controlar la
paja que le estaban realizando, por lo que se agit� tr�mulamente en medio del
saco, en espasmos cada vez m�s incontrolables. La leche de polla brillaba con
una aura especial, como si fosforeciera. En su precipitada huida cayeron sobre
el pecho de Dany, en la cara de �lex, en el saco, en todas partes, pues durante
unos siete segundos, aquella polla no dejo de escupir y escupir su preciado y
generoso don. Los �ltimos trallazos parec�an lamparones de cera que ca�an
mansamente por aquel precipicio de veinticuatro cent�metros. Cuando lleg� ese
momento, �lex dej� de pajearlo y sonri� lleno de satisfacci�n, con el mismo
instinto de aquel que ha ganado un gran premio. Al instante, se percat� de que
su cara ard�a, y sabiendo lo que era se dirigi� con precauci�n.


Tom� aquel l�quido aperlado entre sus manos y acarici�ndolo
lo llevo hacia su nariz para olfatearlo a fondo. En su sensibilidad, le oli� a
macho, y su gusto se lo confirm�. Era una leche viva, que cosquilleaba al
tragarla, amarga y ligeramente picante. En una palabra: deliciosa. Y vio los
restos cubriendo aquel nido; algunos en tierra seca y est�ril, otros, en la
ardiente fertilidad de su amado. Y hacia all� se dirigi�. Y donde hab�a leche,
hubo beso; y donde hubo beso, lambetazo; y donde hubo lambetazo, un beso h�medo,
c�lido, mezclando la pasi�n de �lex con el semen de su joven semental. Sofocado
como estaba, Dany ni respondi�, o respondi� como hab�a respondido hasta ahora:
con esa indiferencia que ocultaba la poderosa entrega que deseaba realizar.
Cuando termin� la limpieza, �lex se dirigi� hacia su amado, y le acarici� la
cabeza con ternura y le bes� la frente, cuando se dirig�a hacia los labios, Dany
volvi� a su cueva precedido por su suspiro.


De nuevo la p�gina del diario era negra y amarga. Con su
polla tiesa, esa marica de terciopelo se desliz� por el saco y cogiendo la mano
inerte de Dany la situ� en su polla. No hubo ning�n signo de vida, nada que
hiciera pensar que su buena obra, su amor entregado a lo largo de estos a�os,
iba a hallar su merecida recompensa. Como hab�a hecho �l, su mano se trenz� con
la de Dany, y cuando se dispon�a a iniciar su

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Relato: Pluma Brava
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