Relato: Recuerdos de la pubertad





Relato: Recuerdos de la pubertad

Sorpresas tiene la vida. Salgo de
casa y me encuentro de bruces con un viejo amigo.



- ¿Juan? ¡Pero cuánto
tiempo desde que no nos vemos! - ¡Carlos! Qué poco has cambiado.
Qué alegría de verte.



¿Quién era Juan? Pues
Juan fue mi mejor amigo durante la infancia. Nacimos en el mismo barrio
y prácticamente nos desarrollamos juntos. Compartimos los juegos,
las ilusiones, y bueno, al final acabamos compartiendo algo más.



Juntos descubrimos la sexualidad.
Como es habitual entre muchos jóvenes aliviábamos los incipientes
calores de nuestras entrepiernas el uno con el otro. No recuerdo exactamente
cómo comenzaron nuestros escarceos pero sé que empezamos
mostrándonos nuestros penes, después continuamos masturbándonos
conjuntamente y al final acabamos haciéndonos pajas el uno al otro.



Lo que sí que recuerdo nítidamente
es que nuestros "juegos" se prolongaron durante varios años.
Se daba la circunstancia de que mis padres solían salir las tardes
de los fines de semana. Yo aprovechaba para ir a buscar a Juan a su casa,
lo llevaba a la mía y allí, con toda la tranquilidad del
mundo, nos pegábamos unos lotes de mucho cuidado.



No es que fuéramos homosexuales,
de hecho, los dos hoy estamos felizmente casados. Juan incluso, tiene dos
hijos. Pero en aquellos tiempos las chicas accesibles eran un bien escaso,
y ya se sabe, cuando las ganas de follar aprietan .



Tras terminar el bachillerato mis
padres se cambiaron de barrio y prácticamente ya no volvimos más
a vernos, excepto en alguna rara ocasión.



- ¿Y qué tal te va?
- Pues bien, no me puedo quejar. ¿Y a ti, qué es de tu vida?
- Bien, Ya sabes que me casé. Por cierto, vivo aquí mismo.
¿Te apetece subir, tomamos algo y charlamos con calma? - Perfecto



En ese momento un escalofrío
recorrió mi cuerpo. De mi más profunda memoria emergió
la emoción que sentía cada vez que se marchaban mis padres
e iba a casa de Juan a buscarle para dedicarnos a nuestros juegos lujuriosos.
El corazón se me aceleraba, la voz se me entrecortaba por el ansia
de un encuentro sexual que sabía inminente.



Pues esta vez me ocurrió
exactamente lo mismo. Hasta sufrí una erección que tuve que
disimular mientras subíamos en el ascensor. Por fin entramos.



- ¿Y estás solo en
casa? - Sí, mi mujer ha salido de viaje. ¿Qué quieres
tomar? - Si tuvieras un whisky, me apetecería - Muy bien, me tomaré
otro yo



Comenzamos a charlar y a relatarnos
lo que había sido de nuestras vidas desde que no nos veíamos.
Al rato, la conversación comenzó a derivar sobre los tiempos
pasados, de cuando habíamos crecido juntos. En un determinado momento
Juan va y me suelta:



- ¿Te acuerdas de lo que
hacíamos de pequeños? Estábamos hechos unos mariconcetes
¿eh? - Oye, a falta de pan buenas eran tortas. Que no nos lo pasamos
bien ni nada



- - Otra vez me dio un vuelco el
corazón. La verdad es que me apetecía revivir los viejos
tiempos. Es más, lo deseaba con toda mi alma. Supongo que la rutina
del sexo con mi pareja me hacía desear otras experiencias. Por otra
parte, el recuerdo de mis tardes con Juan no dejaba de perseguirme desde
hacía una temporada, convirtiéndose en mi fantasía
sexual más habitual.



- - La verdad es que nuestros juegos
eran de lo más inocente. Como ya he comentado comenzamos masturbándonos
a la vez. Luego nos lo hacíamos el uno al otro. También nos
desnudábamos y nos metíamos juntos en la cama. Nos abrazábamos
y nos dedicábamos a restregarnos nuestros cuerpos desnudos. Juan
tenía una piel extraordinariamente suave que era una delicia sentir
en íntimo contacto.



- - Nunca llegamos a intentar el
sexo anal. Aunque yo se lo propuse varias veces, él se negó.
Decía que eso era de maricones. La verdad es que ninguno de los
dos nos sentíamos homosexuales. Sentíamos que lo que hacíamos
lo hacíamos simplemente por no tener una chica a mano.



- - Y la verdad es que yo nunca
he estado con otro tío ni tampoco me resulta atrayente. Pero eso
sí. Me arrepiento profundamente de no haber insistido a Juan para
que me penetrara. El deseo de haber sentido su rabo insertado mi culo me
ha perseguido muchas veces.



- - Con la conversación orientándose
hacia esos escabrosos temas la erección me volvió de nuevo.
Esta vez no intenté disimularla. Más bien, al contrario,
me incliné hacia atrás contra el respaldo del sofá
para que mi estado quedara bien patente. ¿No había sacado
Juan el tema?. Pues que vea cuales son los sentimientos que me provocan.



- - - Joder cómo se te ha
puesto el rabo. Te has puesto cachondo ¿eh? - Bueno, a ti también
se te ha empinado, le dije mirando su paquete - ¿Te apetecería
recordar viejos tiempos? - Se puede intentar a ver qué pasa



- - El corazón me latía
que no me cabía en el pecho. Sin dudarlo me levanté del sofá
y me arrodillé entre sus piernas abiertas. Le empecé a acariciar
el paquete por encima del pantalón mientras que le miraba a los
ojos, observando la cara de gusto que ponía. Le abrí la bragueta
y acerqué mi cara a la abertura. Dicen que los olores son muy evocadores.
Doy fe de ello. El aroma inconfundible de su polla me llevaba al recuerdo
de aquellos años en que tanto disfrutamos juntos.



- - Nunca se la llegué a
chupar. Alguna vez me la metía en la boca mientras y le recorría
la piel con mis labios, pero jamás mi lengua tocó su glande.
Ni muchísimo menos nos llegamos jamás a correr uno en la
boca del otro.



- - Pues esta vez estaba dispuesto
a recuperar el tiempo perdido. Le solté el cinturón y le
bajé los pantalones hasta los pies. Su rabo, tieso como una vela,
aparecía perfectamente dibujado bajo la tela de sus calzoncillos.
Lentamente, con la liturgia del arqueólogo que descubre un gran
tesoro, le fui apartando el slip. Y su polla apareció radiante,
exactamente igual a la última vez que se la vi, ya hace muchos años.
De color muy claro, ligeramente doblada hacia la izquierda y de piel suavísima,
como de terciopelo. No tengo mucha experiencia en pollas, pero la de Juan
me resulta tremendamente apetecible.



- - Acerqué mi cara a su
fantástica verga. El prepucio, parcialmente retraído, dejaba
asomar la punta del glande. Un fino hilo viscoso y brillante lo unía
a una gota de líquido preseminal depositado en su abdomen. Su sexo
emanaba un aroma delicioso que me embriagaba. Sin pensármelo, lamí
esa gota perdida. Por primera vez en mi vida saboreé el elixir preseminal
y descubrí que tenía un cierto sabor dulzón. No me
resultaba en absoluto desagradable.



- - Sin más dilación
terminé que quitarle los pantalones, los calzoncillos y los zapatos,
dejando sus piernas libres. Volví a bajar mi cabeza hacia su vientre
y engullí con ansia su polla. Con mis labios bajé la piel
del prepucio accediendo así a su glande empapado. Lo saboreé
recorriéndolo con la lengua disfrutando de su textura carnosa. Pasaba
mi lengua rápidamente por la rajita de la punta, de la que sin cesar
manaba líquido lubricante.



- - Mientras que se la mamaba deslicé
mi mano izquierda por debajo de sus testículos y empecé a
masajearle el ano con la yema de mi dedo. Su respuesta no se hizo esperar.
Juan elevó sus piernas por encima de mí cabeza dejando expedita
su entrada posterior.



- - - Méteme el dedo en el
culo, me pidió sin reparos



- - Ensalivé el dedo, para
facilitar la operación y suavemente se lo fui introduciendo hasta
que quedó totalmente enterrado en su trasero. Juan emitió
un ronco alarido de gusto mientras que sus ojos se quedaban en blanco por
el placer que experimentaba. Seguí con la mamada mientras que con
el dedo bombeaba en su culo hambriento. Pocos segundos después llegó
el esperado resultado.



- - - Estoy a punto de correme,
dijo Juan



- - Supongo que con este aviso me
estaba dando la opción para retirarme y evitar recibir su corrida
en mi boca. Pero yo tenía muy claro lo que deseaba. De pequeño
nunca llegué a probar el sabor de su semen y esta vez no estaba
dispuesto a dejar pasar la ocasión. Como respuesta a su anuncio
hinqué con más fuerza mi dedo en su ano, agarré el
tronco de su polla con mi mano libre y empecé a meneársela
con energía mientras que su glande, dentro de mi boca , era recorrido
ansiosamente por mi lengua.



- - Los borbotones de leche no se
hicieron esperar. Sin dejar de paladear su glande fui recibiendo el abundante
fruto de sus huevos sobre mi lengua, tragándolo según iba
fluyendo de su polla. La textura viscosa de su semen en conjunción
con el tacto suave de la punta de su pene me resultaba muy placentero.
Cuando Juan terminó de correrse le retiré lentamente el dedo
del culo.



- - No solté la presa. Mantuve
su polla dentro de mi boca, apoyando la cabeza sobre su vientre y tragando
los últimos efluvios que escurrían de su rabo, que iba progresivamente
disminuyendo de tamaño. Yo estaba al rojo vivo, y mantener su rabo
flácido en mi boca no me resultaba en absoluto desagradable. Bien
al contrario, gracias a su reducido tamaño me lo llegué a
tragar entero, jugando con él en mi boca como si se tratase de un
caramelo.



- - Al poco, me percaté que
su pene de nuevo no me cabía en la boca. Afortunadamente Juan se
volvía a poner a tono. Me incorporé y me desnudé completamente.
Le ayudé a quitarse su camisa. Me apetecía enormemente volver
a sentir sobre mi cuerpo el tacto de su piel suave.



- - Ahora llegaba mi turno. Normalmente
cuando jugábamos de pequeños era yo el que se corría
el primero. A veces me resultaba muy difícil aguantar el placer
de sentir el cuerpo desnudo de Juan sobre el mío restregándose
lujuriosamente y me corría ensuciando nuestros vientres. Me tocaba
entonces hacerle una paja en el servicio para que el también se
corriera. Tengo profundamente grabada en mi mente la imagen de mi mano
volando sobre la piel de su falo erecto hasta que el semen acababa deslizándose
entre mis dedos.



- - Bueno, pues hoy me tocaba a
mí disfrutar de su polla tiesa. Sin pensármelo me coloqué
en cuclillas en el sofá sobre él y de frente. Pegué
mi pecho al suyo para sentir su suave contacto. Tomé su rabo con
la mano y lo oriente hacia mi ano. Me dejé caer suavemente insertándome
la punta. Esta vez Juan no protestó, muy al contrario se ve que
deseaba la experiencia tanto como yo. Joder, era un gustazo sentir mi ano
dilatado por su polla. La mía quedaba justo a la altura de la boca
de Juan. Sin mediar palabra procedió a tragársela y me deleitó
con una mamada de la misma categoría de la que yo le había
hecho a él momentos antes.



- - Segundos fue lo que tarde en
correrme. Que te la chupen mientras te la están metiendo por el
culo es una experiencia realmente increíble. Creo que jamás
olvidaré esos momentos.



- - Tras descargarme en su boca
me incorporé y me senté a su lado.



- - - Tú no te has corrido
esta vez, le dije a Juan - No te preocupes, me correré después.
¿Te gustó tenerla en el culo? - Joder, me ha encantado -
Pues sólo te metiste la puntita. ¿Te gustaría tenerla
más dentro? - Yo creo que me dolería - Que va, vas a ver
como no te duele. ¿Vamos a la cama para estar más cómodos?
- Venga, vamos a intentarlo



- - Nos fuimos para la habitación.
Juan antes me pidió un poco de mantequilla para usar como lubricante.



- - - ¿Lo has hecho con más
tíos esto? le pregunté - No, después de contigo no
he estado con ningún otro tío - ¿Y cómo es
que sabes tanto de meterla por el culo? - Porque lo hago con Laura de vez
en cuando



- - Laura es su mujer. Yo la conocía,
pues era de la pandilla de amigos. La verdad es que me resultaba chocante
que Laura, una chica la mar de conservadora y modosita no tuviera reparos
en tomar por el culo cuando yo jamás he podido convencer a mi mujer
para hacer algo parecido. Fíate tú de las apariencias.



- - Como ya he comentado antes,
de pequeños jamás practicamos el sexo anal. El juego más
íntimo al que llegamos consistía en que nos tumbábamos
desnudos en la cama el un sobre el otro. El que se situaba arriba colocaba
la polla en la ingle del de abajo, que mantenía las piernas apretadas,
simulando un coño. Entonces el de arriba comenzaba a bombear hasta
que se corría. Recuerdo la sensación extraña y placentera
a la vez de limpiarme con papel higiénico la corrida de Juan de
las ingles.



- - Nos metimos los dos en la cama.



- ¿Cómo me pongo?
le dije - Túmbate de lado y encoje las piernas



Me coloqué en lo que podría
denominarse posición fetal. Juan se tumbó a mi espalda, embadurnó
con mantequilla su polla y la entrada de mi ano.



- Ahora relájate, que te
voy a follar, me dijo



Sentí como su miembro presionaba
en mi abertura y sin mucha dificultad se colaba en mi interior. Me sentía
como empalado, completamente lleno de su polla, con una sensación
similar a cuando se está haciendo caca. No puedo decir que fuera
desagradable pero si que me resultaba muy extraño. Desde luego nada
parecido a tener un dedo en el culo, que era la única experiencia
de sexo anal que conocía.



- - Tras un ratito estando quietos
se ve que mi esfínter se fue habituando al objeto que lo dilataba
y empecé a sentirme más cómodo. Juan empezó
a bombear suavemente mientras que me acariciaba la polla. Poco a poco fue
aumentando el ritmo y la profundidad de la penetración. Al rato,
su rabo entraba y salía de mi culo con total facilidad. Yo me mantenía
pasivo disfrutando de la sensación de ser penetrado, que ya me resultaba
deliciosa. Con una sensibilidad absoluta notaba como el pene de Juan se
deslizaba por mi ano y me llenaba los intestinos. Juan, concentrado en
el coito anal, me follaba, pegando su pecho contra mi espalda y con sus
manos sujetas en mis hombros por debajo de mis brazos.



- - Un gemido suyo anunció
el final de la fiesta. Con total nitidez sentí como un trallazo
de semen se extendía en mi interior. Otros más suaves le
siguieron, hasta que su pene dejó de palpitar y sentí como
la presión que ejercía sobre mi ano se relajaba. Seguía
teniendo su polla dentro, ahora ya menos tensa, más acomodada a
mi cuerpo y la verdad, que mucho más placentera.



- - - ¿Te hago una paja?
Me preguntó Juan - Sí, por favor. Estoy a cien - ¿Cómo
te gusta? Suave o más bien rápida - Házmela como si
te la estuvieras haciendo tú. Imagínate que es tu polla



- - La mano de Juan se acomodó
en mi verga y comenzó a masturbarme. Iba jugando con los cambios
de ritmo, primero más lento, luego más rápido y así,
hasta alcanzar una velocidad vertiginosa. La intensa estimulación,
unida a la deliciosa sensación de estar penetrado por su pene flácido,
hizo que no durara mucho y pronto chorros de mi leche fueron a parar a
las sábanas.



- - Tras relajarnos unos instantes
nos desacoplamos y nos fuimos a la ducha.



- - - ¿Qué te ha parecido?
Me dijo Juan - Me lo he pasado de puta madre. Hacía mucho tiempo
que no disfrutaba tanto. ¿Y a ti? - Yo también me lo he pasado
de puta madre. - Podríamos repetir otro día - Por mi encantado.
Ahora, la próxima vez me la tienes que meter tú a mí
- Eso está hecho - Me podrías llamar cuando te quedes solo
en casa. - ¿Cómo cuando éramos pequeños? -
Eso, como cuando éramos pequeños



- - FIN



- - Este relato es en parte autobiográfico.
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